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sábado, 5 de mayo de 2012

Capítulo 2


-Venga, chicos, concentraos – dijo Gazel.
-¿Nos puedes decir qué ha hecho? – intervino uno de mis compañeros, curioso, y todos hicimos gestos de aprobación a su pregunta.
-No tengo ni idea – respondió ella, encogiéndose de hombros –, pero al fin y al cabo no es cosa nuestra, así que venga, vamos a sumergirnos en las aguas filosóficas, chicos.
Suspiré. Abrí la libreta y pasé las hojas llenas de dibujos. Ojos, labios, chicas de rostro serio y extraños animales descansaban en esas páginas.
-Roxanne… - en mi ensimismamiento, me pareció escuchar que me llamaban, pero como si fuera desde otro mundo - ¡Roxanne!
Levanté la cabeza de golpe y vi a la directora con cara de enfado.
-¡Sal conmigo, por favor! – Dijo de mal humor – Te he llamado diez veces. ¡Tienes que estar más atenta!
-Lo siento – respondí, y me levanté.
Vi que Sam nos esperaba fuera, con las manos en los bolsillos y la mirada baja. ¿Qué narices pasaba? Salimos y cerré la puerta detrás de mí.
-¿Qué ocurre? – pregunté, mirando a la directora.
-El colegio se ha inscrito en un concurso de arte este año.
-¿Y eso qué significa?
-Que, para concursar, hay que presentar como mínimo a un alumno de vuestro curso. Cada alumno hará un pequeño bloc con diferentes tipos de dibujos o pinturas.
-¿Seremos nosotros?
-Bueno, consultamos con los profesores y pensamos que Sam sería el indicado, así que le pedimos que lo hiciera, pero él dijo que solo no quería hacerlo, y que quería que tú participaras también.
Le miré, incrédula. ¡Se había sonrojado! Pero… si ese chico y yo no habíamos hablado en la vida…
-Es… es que… - empezó a decir, justificándose – Me siento a tu lado en clase de arte y… eres… eres brillante. Mereces concursar.
¿Me sentaba a su lado? Ni siquiera me había dado cuenta, y no me sorprendía. En arte yo me encontraba en una nebulosa, como si… como si el lienzo y yo fuéramos lo único en la sala. Lo que me extrañaba es que se hubiera fijado en mis dibujos… y le hubieran gustado.
-¿Te gustan mis dibujos?
-Sí… son… son diferentes. Siempre llamativos, siempre llenos de sentimiento…  – noté como su vergüenza desaparecía – Cuando haces un retrato, por ejemplo, captas la esencia de esa persona la… la iluminas – le miré a los ojos y vi que le brillaban – Yo no tengo ese talento – suspiró, y su mirada volvió a ensombrecerse.
Me quedé en silencio, asimilando lo que eso significaba. Según él, tenía talento. No pude evitar sonreír. Nunca me había planteado que tuviera talento para dibujar, era algo que hacía porque lo amaba y ya está.
-Entonces…. – dijo la directora, rompiendo el silencio incómodo que se había formado – Vais a participar, ¿verdad?
-Yo sí… supongo – dije, no muy convencida – Y Sam… tú también, ¿no?
-Claro – respondió, y se sonrojó de nuevo.
-Muy bien. Volved a clase entonces.
Entramos en silencio y nos sentamos, bajo la atenta mirada de cada par de ojos de esa clase. Mayu se giró y me miró, interrogante.
-Después te cuento – susurré – Vas a alucinar.
Asintió y volvió a mirar hacia la pizarra.
Las dos horas pasaron despacio, lo cual me desesperaba. Por fin llegó el recreo y nos apresuramos a bajar antes de que nos ocuparan nuestra esquinita soleada contra la pared donde nos apretujábamos para no tener frío.
-¡Cuenta! – dijo Mayu, loca de impaciencia.
-Vamos a participar en un concurso de arte.
-¿En serio? – sonrió.
-¡Sí! Y, ¿sabes qué es lo más increíble? Que en principio iba sólo él, pero pidió que participara yo también.
-¿En serio? – Repitió – ¿El tímido Sam?
-¡En serio, leches! Parece que se sienta a mi lado en dibujo.
-Claro que se sienta a tu lado, idiota. ¿No te habías dado cuenta?
-No. Ya sabes que cuando yo dibujo, dibujo.
-Ya. ¿Y qué tenéis que hacer exactamente?
-Un bloc con varios tipos de dibujo. Lo típico, supongo.
-Los retratos se te dan bien.
-Ya. Sam lo dijo.
-¿Lo dijo? – Chilló
-Lo dijo. También dijo que tengo talento.
-¡Qué fuerte!
Solté una carcajada.
-Estás loca.
-Ya.
Entonces se acercaron Sam y la directora.
-Roxanne, ¿podemos hablar un momento?
-Claro – dije, y me levanté – Mayu, ya vengo.
-Vale. Me voy con Ted y los demás.
-Claro.
Se fue y les miré.
-¿Sí? – pregunté.
La directora me entregó una hoja de papel.
-Aquí está anotado lo que tiene que incluirse en el bloc. Tenéis que tenerlo para dentro de dos meses, la data máxima de entrega es el 22 de Marzo, ¿entendido?
-Claro.
Sonrió falsamente y se fue. Qué asco de mujer. Me quedé mirando a Sam, que seguía ahí.
-¿Pasa algo? – pregunté.
-No – dijo, y sonrió – Sólo quería decirte que, como tenemos que hacer retratos y otras cosas y necesitaremos modelos, podríamos hacerlo juntos. A ti no te importa posar… ¿verdad?
-No. Me da igual, si te soy sincera.
-¿Quieres que lo hagamos juntos?
-Vale – respondí, no muy convencida.
-Bien. ¿Empezamos mañana a la tarde?
-Claro.
-Bien. Nos vemos.
Asentí y se fue. Qué chico tan raro. Qué lunes tan raro.


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Lu*

miércoles, 2 de mayo de 2012

Capítulo 1

Me llevé los dedos al bolsillo del pantalón y saqué el paquete de cigarrillos recién comprados.
-Fumas – dijo Mayu con una mueca.
-Elemental, mi querida Mayenne – dije con un suspiro.
Puso los ojos en blanco y me arrebató el paquete de entre las manos.
-Oye – protesté.      
-Te lo digo en serio.
Guardé silencio. No me atreví a llevarle la contraria, pues esos ojazos de color canela se veían serios, algo extraño tratándose de Mayu. No le gustaba mi nueva costumbre. La observé mientras se levantaba y lo lanzaba a la papelera más cercana, y al volver a mi lado, suspiré.
-Son caros… - me atreví a susurrar.
-Pues no te gastes el dinero en tonterías.
Zas en toda la cara.
-Perdona.                             
Me abrazó. Por una vez, - para mi sorpresa – no me molestó que lo hiciera, más bien al contrario. Me sentí querida.
-No te preocupes, Roxie – dijo con una de sus sonrisas inmensas.
No pude evitar relajarme al volver a ver ese brillo en sus ojos. No me gustaba verla preocupada. Era mi mejor amiga, y, por alguna extraña razón, tenía esa absurda necesidad de verla feliz. Quizás porque conocía el dolor de propia mano, quizás porque no quería observar la amargura en sus ojos. Quizás porque esa amargura ya había vivido bastante en los míos.
Entonces sonó el timbre que indicaba el inicio de las clases.
-Venga – dijo con una voz autoritaria que me recordó a una mamá gata cuidando a sus gatitos –, se acabó esa tontería tuya de faltar a clase.
-¿Es totalmente necesario? – renegué.
Me miró alzando una ceja, y eso bastó. Solté un suspiro de exasperación y me dirigí arrastrando los pies por el pasillo de manera exagerada, para que viera que me molestaba cumplir sus órdenes de mamá gata, lo cual sólo provocó que soltara una carcajada.
-El karma te lo hará pagar muy caro, Mayu – dije con voz tenebrosa.
Su carcajada se intensificó, y no pude evitar soltar una risita. Su alegría era contagiosa, para qué mentir.
Entramos al aula y me dejé caer en mi pupitre. Estaba casi al final de la clase, en la esquina, por lo que sólo tenía otro pupitre delante y otro a la derecha. Delante de mí se sentaba Mayu – así nos habíamos conocido, el primer día de clase se giró con una simpatía casi desesperante y, como no le intimidó para nada la mirada asesina que le dediqué, al final nos hicimos amigas, qué remedio – y a mi lado no había nadie, lo cual era un alivio. Temblaba con tan sólo pensar que podría tocarme otra Mayu. La quería mucho, no me malinterpretéis, cómo no iba a quererla, pero una sola era suficiente para alguien como yo.
-¿Qué clase tenemos ahora? – susurré inclinándome hacia adelante.
-Filosofía – dijo Mayu con una risita – La que más te gusta.
Oh, sí, me apasionaba. Una hora parloteando sobre desvaríos que para la profesora tenían un millón de significados, mientras que para mí no tenían ningún sentido. Yo misma había elegido el bachillerato artístico, pero por el dibujo, no por esa asignatura en concreto. Mayu la defendía con uñas y dientes, e intentaba explicarme todo una y otra vez, pero estaba claro que o naces para entender todo eso o no, y yo ya había asumido que nunca podría disfrutar de aquella belleza de la que ella me hablaba.
Me preparé para pasarme esa hora enterita dibujando en los márgenes de mi cuaderno, pero, para mi sorpresa, la que cruzó el umbral de esa puerta no fue nuestra profesora de arte, si no la directora.­
-Hola, chicos – dijo, con esa dulzura fingida de siempre que me revolvía el estómago – veo que no ha llegado vuestro profesor todavía. ¿Quién debería estar aquí ya?
-Gazel – dijo una chica de la clase.
-La señorita Gazel – la corrigió, pues odiaba las muestras de confianza, supongo que porque nadie quería tenerlas con ella – Esa mujer siempre llega tarde – añadió con desdén.
Entonces, Gazel entró por la puerta, con las mejillas rosadas por el esfuerzo y algún que otro mechón suelto de su sencillo moño, arrastrando tras sí un bolso gigantesco.
-¡Hola clase! – Dijo con una sonrisa cálida que se congeló al instante al ver la directora – Buenos días, Elisa.
No pude evitar sonreír, y es que la verdad era que esa profesora era la única que me caía bien del maldito colegio. No sólo no disimulaba su aprensión hacia la directora – un gran acto de valor –, también amaba su trabajo, cosa que pocos profesores hacían últimamente.
Admito que en filosofía conectábamos poco, pero en dibujo e historia del arte, sus otras asignaturas, me sorprendía a mi misma ensimismada en sus apasionadas explicaciones, o esforzándome al cien por cien para que se diera cuenta que yo apreciaba su trabajo.
-Llegas tarde, Gazel – dijo con superioridad, como única respuesta a su saludo.
-Lo siento, tuve que dar un rodeo ya que mi plaza de aparcamiento estaba ocupada por el coche de tu marido.
Me relamí de satisfacción al ver como la directora enrojecía y se apartaba de su mesa, donde por fin pudo dejar su pesado bolso.
-Ahora – dijo Gazel – me gustaría empezar mi clase, así que te agradecería que por favor comunicaras lo que debes a los alumnos para que podamos seguir lo más rápido posible.
-Claro – dijo –. Para evitar seguir interrumpiendo la clase de la señorita Gazel, por favor, Samuel, sal conmigo un momento.
Me sobresalté, y, fijándome en las caras de todos los demás, no fui la única. ¿Cómo iban a sacar a Sam de clase? Si era el único que en lo que llevábamos de curso – que era bastante – no se había metido en ningún lío, ni suspendido ninguna asignatura… ¿Qué podría haber hecho el niño bueno?
Se levantó y salió del aula sin pronunciar palabra. Se hizo un silencio tenso a nuestro alrededor. ¿Qué pasaba?