Páginas

lunes, 2 de julio de 2012

Capítulo 3


Martes, última hora. Me senté frente mi caballete habitual, y empecé a ordenar los útiles que necesitaríamos ese día. Alineé los carboncillos, los pinceles y los lápices, vigilando que ninguno se cayera para evitar algún desastre.
Me preguntaba qué dibujaríamos esa tarde, cuando escuché que una silla se arrastraba a mi lado. Me giré, y, sin duda alguna, aquel era Sam, que al parecer no mentía cuando dijo que se sentaba a mi lado.
-Hola – saludó, y respondí con una leve inclinación de cabeza.
Gazel empezó a dar palmas  para captar nuestra atención.
-Buenas tardes – saludó – Hoy, os voy a pedir que me dibujéis un paisaje. Pero no un paisaje cualquiera, tiene que transmitirme algún sentimiento.
Sonrió y encendió el reproductor de música. Eso también me gustaba, Gazel siempre nos ponía canciones de The Beatles mientras dibujábamos, y eso me ayudaba mucho a relajarme.
Miré indecisa mi lienzo y acerqué el lápiz. Entonces, pasó lo que siempre pasa: mi mano empezó a moverse, a dibujar trazos que parecían no tener sentido pero que formaban pequeños mundos. Pasados los minutos, observé mi trabajo: un prado vacío salvo por un inmenso sauce llorón al fondo.
Noté una sensación de infinita tristeza recorriendo mi pecho. Me llevé la mano al corazón y suspiré, conteniendo las lágrimas. ¿Qué me pasaba?
-¿Estás bien?
Me giré, sobresaltada, y vi a Sam, mirándome con el ceño fruncido. Me pregunté cuánto tiempo llevaba observándome.
-Sí, estoy bien – dije, seca – No te preocupes.
Había roto la magia.
Me giré hacia el lienzo de nuevo, enfurruñada. Oí una risita y solté un suspiro exasperado. Abrí, de mal humor, el estuche con mis acuarelas, y llené mi vasito con agua.
Si es que siempre tiene que haber algún entrometido, por supuesto – pensé, enfadada – tan bien que estaba yo sol…
Humedecí el pincel y entonces sonó el timbre. Me levanté con pesadez – no tenía ganas de irme a casa de Sam – y recogí las cosas lentamente. Guardé mis útiles de dibujo en la mochila y me giré para esperarle. Entonces me fijé en su lienzo.
Era un barco en el medio de una tormenta, sacudido por las olas y la lluvia. Era magnífico.
-¿Te gusta? – preguntó.
-Es gen… está bien – respondí, sonrojándome.
Sonrió.
-¿Nos vamos?
Asentí, a mi pesar. Salimos al patio y me sorprendió verle acercándose a una moto.
-¿Iremos en moto?
-Obviamente.
-No tengo casco.
-Yo tengo dos.
Abrió el compartimento bajo el sillín y extrajo dos cascos negros. Recordé que a mamá no le gustaba que fuera en moto. No le di importancia, y me subí detrás de él.
-Sujétate fuerte.
Puse los ojos en blanco y me agarré a su cintura. La moto rugió debajo de nosotros. Cerré los ojos, y pronto noté el viento revolviendo mi pelo. Me relajé y dejé que la velocidad me llevara.
-Ya llegamos.
Parpadeé. Miré a mi alrededor.
-¿Dónde estamos?
-En mi casa.
Me sonrojé, menuda estupidez acababa de preguntar.

x


-Quédate quieto.
Sam dejó de rascarse y sonrió más ampliamente. Puse los ojos en blanco y seguí dibujándole. En los retratos, los ojos era lo que más me gustaba dibujar, a pesar de que era una de las cosas que más me costaban. Los suyos, en concreto, eran enormes, pardos.
-¿Te queda mucho?
-Ya casi estoy. Quieto.
Me puse el pelo detrás de la oreja, dejé el carboncillo sobre el periódico en la mesa y giré el dibujo para que lo viera.
-Es magnífico – dijo, sonriendo.
-Exagerado.
Soltó una carcajada y se acercó, rozando mi mejilla con los dedos. Estaba cerca, muy cerca, demasiado cerca. Noté como mi respiración se agitaba, y me aparté con brusquedad.
-¿Qué haces? – conseguí preguntar, confusa.
-Tienes… - dijo, sorprendido – tienes carboncillo en la cara.
Me puse roja como un pimiento, pues lo que acababa de hacer era la cosa más estúpida en este mundo, y me acerqué al gigante espejo que colgaba de la pared mientras me frotaba con una fuerza innecesaria.
Me miré. Ya no había carbón, pero mi mejilla estaba colorada y me ardía. Me lo merecía, por bestia.
-¿Estás bien?
Noté que estaba detrás de mí, y puso la mano en mi hombro. Una descarga recorrió cada fibra de mi solitario ser, pero aún así no me aparté. ¿Qué me pasaba? Nadie me tocaba jamás, excepto Mayu. Su contacto no… no me desagradaba. Me giré para mirarle, ¿quién era ese chico? O más bien, ¿qué me había hecho?

---------

Sí, merezco morir, lo siento :C A partir de ahora publicaré casi cada día, lo prometo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encantaaaaaaaa *-*

Vin dijo...

Es genial, genial, genial, quieres que te diga que ha hecho Sam?
Ha sido QUÍMICA muajajjajajjajjajaja

Ailen Abdala dijo...

Asdasd, me alegro C: