Martes, última hora. Me senté frente mi caballete
habitual, y empecé a ordenar los útiles que necesitaríamos ese día. Alineé los
carboncillos, los pinceles y los lápices, vigilando que ninguno se cayera para
evitar algún desastre.
Me preguntaba qué dibujaríamos esa tarde, cuando escuché que una silla se arrastraba a mi lado. Me giré, y, sin duda alguna, aquel era Sam, que al parecer no mentía cuando dijo que se sentaba a mi lado.
Me preguntaba qué dibujaríamos esa tarde, cuando escuché que una silla se arrastraba a mi lado. Me giré, y, sin duda alguna, aquel era Sam, que al parecer no mentía cuando dijo que se sentaba a mi lado.
-Hola – saludó, y respondí con una leve inclinación de
cabeza.
Gazel empezó a dar palmas
para captar nuestra atención.
-Buenas tardes – saludó – Hoy, os voy a pedir que me
dibujéis un paisaje. Pero no un paisaje cualquiera, tiene que transmitirme
algún sentimiento.
Sonrió y encendió el reproductor de música. Eso también
me gustaba, Gazel siempre nos ponía canciones de The Beatles mientras dibujábamos,
y eso me ayudaba mucho a relajarme.
Miré indecisa mi lienzo y acerqué el lápiz. Entonces, pasó lo que siempre pasa: mi mano empezó a moverse, a dibujar trazos que parecían no tener sentido pero que formaban pequeños mundos. Pasados los minutos, observé mi trabajo: un prado vacío salvo por un inmenso sauce llorón al fondo.
Noté una sensación de infinita tristeza recorriendo mi pecho. Me llevé la mano al corazón y suspiré, conteniendo las lágrimas. ¿Qué me pasaba?
Miré indecisa mi lienzo y acerqué el lápiz. Entonces, pasó lo que siempre pasa: mi mano empezó a moverse, a dibujar trazos que parecían no tener sentido pero que formaban pequeños mundos. Pasados los minutos, observé mi trabajo: un prado vacío salvo por un inmenso sauce llorón al fondo.
Noté una sensación de infinita tristeza recorriendo mi pecho. Me llevé la mano al corazón y suspiré, conteniendo las lágrimas. ¿Qué me pasaba?
-¿Estás bien?
Me giré, sobresaltada, y vi a Sam, mirándome con el ceño
fruncido. Me pregunté cuánto tiempo llevaba observándome.
-Sí, estoy bien – dije, seca – No te preocupes.
Había roto la magia.
Me giré hacia el lienzo de nuevo, enfurruñada. Oí una risita y solté un suspiro exasperado. Abrí, de mal humor, el estuche con mis acuarelas, y llené mi vasito con agua.
Si es que siempre tiene que haber algún entrometido, por supuesto – pensé, enfadada – tan bien que estaba yo sol…
Humedecí el pincel y entonces sonó el timbre. Me levanté con pesadez – no tenía ganas de irme a casa de Sam – y recogí las cosas lentamente. Guardé mis útiles de dibujo en la mochila y me giré para esperarle. Entonces me fijé en su lienzo.
Era un barco en el medio de una tormenta, sacudido por las olas y la lluvia. Era magnífico.
Me giré hacia el lienzo de nuevo, enfurruñada. Oí una risita y solté un suspiro exasperado. Abrí, de mal humor, el estuche con mis acuarelas, y llené mi vasito con agua.
Si es que siempre tiene que haber algún entrometido, por supuesto – pensé, enfadada – tan bien que estaba yo sol…
Humedecí el pincel y entonces sonó el timbre. Me levanté con pesadez – no tenía ganas de irme a casa de Sam – y recogí las cosas lentamente. Guardé mis útiles de dibujo en la mochila y me giré para esperarle. Entonces me fijé en su lienzo.
Era un barco en el medio de una tormenta, sacudido por las olas y la lluvia. Era magnífico.
-¿Te gusta? – preguntó.
-Es gen… está bien – respondí, sonrojándome.
-Es gen… está bien – respondí, sonrojándome.
Sonrió.
-¿Nos vamos?
Asentí, a mi pesar. Salimos al patio y me sorprendió
verle acercándose a una moto.
-¿Iremos en moto?
-Obviamente.
-No tengo casco.
-Yo tengo dos.
-Obviamente.
-No tengo casco.
-Yo tengo dos.
Abrió el compartimento bajo el sillín y extrajo dos
cascos negros. Recordé que a mamá no le gustaba que fuera en moto. No le di
importancia, y me subí detrás de él.
-Sujétate fuerte.
Puse los ojos en blanco y me agarré a su cintura. La moto
rugió debajo de nosotros. Cerré los ojos, y pronto noté el viento revolviendo
mi pelo. Me relajé y dejé que la velocidad me llevara.
-Ya llegamos.
Parpadeé. Miré a mi alrededor.
-¿Dónde estamos?
-En mi casa.
-En mi casa.
Me sonrojé, menuda estupidez acababa de preguntar.
x
-Quédate quieto.
Sam dejó de rascarse y sonrió más ampliamente. Puse los
ojos en blanco y seguí dibujándole. En los retratos, los ojos era lo que más me
gustaba dibujar, a pesar de que era una de las cosas que más me costaban. Los
suyos, en concreto, eran enormes, pardos.
-¿Te queda mucho?
-Ya casi estoy. Quieto.
-Ya casi estoy. Quieto.
Me puse el pelo detrás de la oreja, dejé el carboncillo
sobre el periódico en la mesa y giré el dibujo para que lo viera.
-Es magnífico – dijo, sonriendo.
-Exagerado.
-Exagerado.
Soltó una carcajada y se acercó, rozando mi mejilla con
los dedos. Estaba cerca, muy cerca, demasiado cerca. Noté como mi respiración
se agitaba, y me aparté con brusquedad.
-¿Qué haces? – conseguí preguntar, confusa.
-Tienes… - dijo, sorprendido – tienes carboncillo en la cara.
-Tienes… - dijo, sorprendido – tienes carboncillo en la cara.
Me puse roja como un pimiento, pues lo que acababa de hacer
era la cosa más estúpida en este mundo, y me acerqué al gigante espejo que
colgaba de la pared mientras me frotaba con una fuerza innecesaria.
Me miré. Ya no había carbón, pero mi mejilla estaba colorada y me ardía. Me lo merecía, por bestia.
Me miré. Ya no había carbón, pero mi mejilla estaba colorada y me ardía. Me lo merecía, por bestia.
-¿Estás bien?
Noté que estaba detrás de mí, y puso la mano en mi
hombro. Una descarga recorrió cada fibra de mi solitario ser, pero aún así no
me aparté. ¿Qué me pasaba? Nadie me tocaba jamás, excepto Mayu. Su contacto no…
no me desagradaba. Me giré para mirarle, ¿quién era ese chico? O más bien, ¿qué
me había hecho?
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Sí, merezco morir, lo siento :C A partir de ahora publicaré casi cada día, lo prometo.